"El Arte de vivir consiste en hacer de la vida una obra de arte"

jueves, 18 de noviembre de 2010

INTERPRETACIÓN DE LA OBRA DE ARTE

Libro: interpretación de la obra de arte
Carlos Ramírez Aissa
El objeto de la interpretación no es un hecho físico, sino una “representación” o lenguaje en el que hay una materia concreta y una verdad universal. Siendo un símbolo, consta de una parte visible y otra invisible; es exterior e interior, concreta y abstracta. Afecta a nuestros sentidos y a nuestro espíritu, produce placer y libertad. Es por consiguiente un objeto total, a la vez patente y misterioso.
La interpretación es una actividad análoga a la creación; interviene en ella la actividad total del espíritu del intérprete, con sus sensaciones,  sus sentimientos y su poderío intelectual. De ahí que se diga metafóricamente que el interprete es un cocreador.
La primera cualidad que debe hacerse presente es la sensibilidad. El interprete debe entregarse confiadamente a la acción de la forma en el espacio; debe dejar que su ojo sea guiado por el movimiento de la luz y la sombra en la imagen; cuando aprecia un color, saber valorar su cualidad; cuando aprecia una línea, su movimiento. Es importante basarse en el principio de que solo llega a poseer la verdad artística quien llega a poseer la vida de la forma. Es necesario llenarse de materia, lenta, plenamente, adoptar la moral de la humildad y la confianza, con el fin de que la claridad de la verdad tenga tiempo de abrirse y  el paso de la vaguedad al orden se realice sin prisa. Es necesario también estar convencido de que la actividad que se está ejecutando es una actividad seria e importante, no un simple relleno de horas vacías.
Pero la finalidad de la interpretación no es solamente atenerse a la vida de la forma; a través de los elementos visivos el interprete busca el contenido de la obra, lo que hemos llamado “sentimiento” o “verdad”, es decir, la fantasía del artista. Tal es la finalidad última de la interpretación de la obra de arte, su segundo principio.
La forma y el contenido constituyen una unidad indestructible. Quien se atiene a la forma separada del contenido es un tipo de intérprete que se conoce  con el nombre de “hedonista”. Quien va directo al contenido es un “dilettente”, es decir, un torpe visitante del arte, un mal intérprete. Un verdadero interprete debe comprender el contenido a través de la forma y comprender la forma a través del contenido.

El fundamento de esta concepción es el rechazo de la concepción del arte como ilustración. La consideramos una vía vetusta que conduce a la parálisis y a la perplejidad. Un intérprete que adopta esa opinión como criterio se planta delante de la Monalisa y dice que está viendo la imagen de una mujer llamada así, esposa de un hombre que probablemente se llamó Giocondo. Y creerá que es la realidad de esa dama lo que hay que buscar, o la realidad de las mujeres que son como ella. El intérprete que sigue la vía correcta, dirá finalmente que la Monalisa es  la imagen de otra imagen, la que tuvo en su mente Leonardo Da Vinci cuando miraba pincel en mano a la modelo. La imagen artística es, pues, un reflejo de una luz primera, que es la fantasía del artista.
Para el juicio crítico, que es el acto final de la interpretación, esta distinción es decisiva, puesto que solo sabemos si el artista ha logrado o no hacer una obra de arte comparando su fantasía con el producto terminado. Las líneas, los colores, y las formas están en función del sentimiento del artista, y son juzgadas por él.

 El proceso de la interpretación, concluye necesariamente en el juicio. Llega un momento en el que la vaguedad de la emoción debe dejar sitio a la claridad del intelecto. Cuando la emoción es consciente de sí misma, deja de ser emoción, y éste es un paso que es preciso dar.
De todo lo dicho se deduce que una obra es verdadera cuando es arte; falta por responder a la pregunta de cuándo una interpretación es verdadera o falsa. Tres respuestas conllevan a una posible solución. Una toma como prueba la intención del autor, otra la sensibilidad del espectador y una tercera, la tradición. La primera tiene en su contra que supone que solamente hay una interpretación posible y que las generaciones siguientes no tienen nada que añadir. La segunda, que hay tantas interpretaciones como intérpretes, lo que acarrea un veradero caos. Y la tercera, dice que una interpretación es correcta cuando forma parte de una tradición que la acepta; las interpretaciones nuevas son propuestas que deberán sumarse a la tradición si ella juzga con el tiempo que son verdaderas.


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